Una gran pintura mural situada en el medianil entre las calles Laruel y Bretón de los Herreros sirve de merecido homenaje a la escritora y activista María de la O Lejárraga, uno de los personajes más desconocidos y fascinantes de La Rioja.
En la fuente de los riojanos ilustres, popularmente conocida como la de “los espaldas mojadas”, se homenajea a ocho personajes que, a lo largo de los siglos, han jugado un papel notable en la historia de La Rioja. Todos ellos son hombres, es decir, no se encuentra entre ellos una de las riojanas más ilustres del pasado siglo, quizá la que más.
Pero esta gran injusticia fue reparada finalmente a principios de 2020, con una pintura mural obra de la artista Andrea Michaelsson, alias Btoy.
Desde entonces, y aunque siga sin tener su estatua, María de la O Lejárraga preside el cruce entre las céntricas calles Laurel y Bretón de los Herreros. Logroño reconocía así a esta novelista, dramaturga, política y activista en favor de los derechos de la mujer, que vino al mundo en San Millán de la Cogolla en 1874.
Si su nombre no es más conocido se debe, en gran parte, al relativo anonimato en que desarrolló su obra, o al menos la parte más destacable de esta. María firmó la mayoría de sus creaciones bajo el pseudónimo de Gregorio Martínez Sierra, su marido y colaborador.
Pese a ser producto de la imaginación de María de la O Lejárraga, fue Martínez Sierra quien se llevó el mérito por trabajos como Canción de cuna (1911), Don Juan de España (1921) o los libretos de El sombrero de tres picos y El amor brujo, llevados a los escenarios con partituras de Manuel de Falla.
María escribía y Gregorio recibía los aplausos. Nada especialmente extraño en la sociedad hipócrita y machista de la época, si no fuera por el hecho de que Lejárraga nunca fue una mujer convencional.
Elegida diputada en 1933, estuvo siempre comprometida con la lucha feminisita, causa que la llevó a estar entre las fundadoras del Lyceum Club de Madrid junto a figuras de la talla de Clara Campoamor, Maria de Maeztu o Victoria Kent.
Y es que si María no quiso firmar la mayoría de sus obras no fue por obligación de su marido ni por algún tipo de coacción externa. Lo hizo por pura revancha.
La indignación que supuso para su familia la publicación de Cuentos breves (1899), su primer libro, marcó para siempre a María. Otra hubiese reaccionado dejando de escribir, o haciéndolo hasta la saciedad, demostrando a través de su talento que merecía un lugar en el mundo literario.
Ella no. Juró que, desde ese día, no volvería a firmar un libro con su nombre, promesa que la llevó a situaciones tan paradójicas como la relacionada con la publicación de uno de sus alegatos feministas más combativos, Carta a las mujeres de España (1930), firmado por Gregorio Martínez Sierra.
Tras la Guerra Civil, su compromiso político –militó en el PSOE durante los años de la República–, llevó a Lejárraga a tener que exiliarse. Tras pasar por Suiza, Francia y México, la autora se instaló durante un tiempo en Estados Unidos.
Su situación económica era crítica, ya que los derechos de autor de esas obras que jamás firmó estaban en posesión de la hija extramatrimonial que su compañero de vida tuvo con la actriz Catalina Bárcena.
Fue así como decidió ponerse a escribir por su cuenta, elaborando un cuento llamado Merlín y Viviana, sobre un perro callejero que se enamora de una gata coqueta. Le envió el texto a Walt Disney, que lo rechazó diciendo que no aceptaba ninguna obra que no hubiera sido encargada por su estudio cinematográfico.
Esto sucedió en 1951, y cuatro años después Disney estrenaba La dama y el vagabundo, que, en palabras de María “era la misma historia, sin más cambio que haber convertido la gata en perra elegante”.
“Esta vez no quise protestar, ¿para qué?», declaró. La última gran esperanza de María de la O Lejárraga se desvanecía sin que ella, pobre, sola y anónima, pudiera hacer nada al respecto. Saludarla cuando se pasa por delante del mural que Logroño le dedica es un acto de justicia histórica, uno de los muchos que quedan por hacer.