Medio siglo después de su muerte, seguimos el rastro del gran matemático Julio Rey Pastor por las calles de la ciudad que le vio nacer.
En las noches más despejadas, el reflejo de la luna brilla sobre el Ebro. Aunque parezca extraño, de no ser por la negativa de la Unión Astronómica Internacional, habría un nombre logroñés en ella. Así lo querían los astrónomos Hugh Percy Wilkins y Antonio Paluzie Borrell, quienes, en los años 50, plantearon la posibilidad de bautizar con el nombre Reypastor al cráter lunar Faraday G.
La propuesta quedó en nada, pero sirve para entender la importancia que llegó a tener para la comunidad científica la figura de uno de los personajes más ilustres – y quizá menos conocidos – de La Rioja.
Volvamos a la tierra, la misma que, un lejano 14 de agosto de 1888, vio nacer a Julio Rey Pastor. Tras una breve estancia en Burgos, lugar al que su padre fue destinado para ejercer sus funciones como militar, la familia regresa a Logroño.
Se instalan en la casa de los abuelos maternos de Julio, en el número 46 de la antigua Calle del Mercado, hoy Calle Portales. Instruido por su tía y su abuelo, profesor en la ciudad, el pequeño Rey Pastor destaca muy pronto como un niño inteligente y con gran capacidad de liderazgo.
Se ve que, de muy pequeño, era el encargado de poner orden en la anarquía que suele reinar en los juegos de niños, organizando juegos complejos sobre los que él mismo daba indicaciones a sus compañeros.
A los diez años entra en el Instituto Sagasta, donde demuestra ser un alumno ejemplar, acumulando una Matrícula de Honor tras otra. Acabados los estudios, Julio deja definitivamente Logroño para trasladarse a Zaragoza.
Quiere seguir los pasos de su padre y trata de ingresar en la Academia Militar. Su fracaso, que en ese momento le fastidia a más no poder, le lleva a estudiar matemáticas en la Universidad de Zaragoza.
Nos situamos en 1904, siete años después es catedrático en Oviedo y tres años más tarde, en Madrid. En el transcurso de este tiempo, el matemático ha publicado diversos libros y ha sido becado para viajar a Alemania, donde entrará en contacto con científicos de la talla de Felix Klein o Albert Einstein.
Julio es ya un profesional reputado. Su único problema es el de proceder de un país, la España de entonces, que no se tomaba especialmente en serio las matemáticas. Pese a sus esfuerzos por divulgar esta ciencia en nuestra patria, a través de la participación en proyectos como la Revista Matemática Hispano-Americana, Rey Pastor acaba instalándose en Buenos Aires en 1921.
Argentina ofrecía en ese momento un ambiente de trabajo mucho más prometedor que el de las grandes ciudades españolas y será allí donde Julio siga trabajando en sus proyectos de analítica y geometría, además de ejercer de maestro y guía para una nueva generación de matemáticos.
Desde su exilio laboral colabora con revistas especializadas de Francia e Italia, haciendo que su nombre sea cada vez más conocido en la comunidad científica internacional, gracias a trabajos como la Teoría geométrica de la polaridad.
En 1941, la República Argentina le concede el Premio Nacional de Ciencias, una de las máximas distinciones de esta nación. España tardará un poco más en reconocer con todos los honores a su hijo pródigo, que volverá al país que le vio nacer para pronunciar su discurso de ingreso en la Real Academia Española en 1954.
Hasta el día de su muerte, del que este mes se cumplen 50 años, Julio Rey Pastor ocupará el asiento que corresponde a la letra F, la misma que hoy ostenta Manuel Gutiérrez Aragón.
Aunque no tenga su cráter en la luna, a Rey Pastor le puede saludar todo aquel que decida pasarse por la Gran Vía de Logroño y, en su intersección con la calle Chile, detenerse ante la Fuente de los Riojanos Ilustres. Allí le espera, con la espalda mojada y un libro entre las manos, una de las más destacables figuras que ha dado esta ciudad.