Para conocer una ciudad hay que conocer también la historia de las personas que la habitaron. Sean célebres o no tan célebres, todos ellos forman parte de su pasado, motivo por el cual sería injusto olvidarlos y no acercarse al cementerio de Logroño, un museo al aire libre que permite entender mejor algunos pasajes de la historia de la capital de La Rioja.
Hay muchos tipos de turismo -gastronómico, cultural, de aventura, de negocios…- pero hay uno que habitualmente pasa desapercibido. Hablamos del necroturismo, es decir, de aquel que se centra en visitar el lugar donde yacen personalidades históricas de la ciudad; es decir los cementerios.
Más allá de Père-Lachaise, el recinto parisino en el cual reposan Oscar Wilde, Jim Morrison o Marcel Proust, o del Acattolico de Roma, donde se encuentran las lápidas de Antonio Gramsci y los poetas John Keats y Percy Bysshe Shelley, los viajeros que llegan a una ciudad no suelen pensar en visitar su cementerio.
Eso era antes porque el turista del siglo XXI no se limita a visitar la ciudad, las iglesias o museos, quiere más y por esta razón el necroturismo está de moda.
Logroño no es una excepción y su cementerio civil rebosa de nombres sin los cuales la urbe no sería lo que hoy es.
Pero el interés del sitio no radica solo en las hazañas de los que allí descansan. El cementerio es también un museo de escultura al aire libre.
Basta con fijarse en la tumba de Fernando Gallego Herrera, popularmente conocido como “el Ruso”, un excéntrico ingeniero salmantino que diseñó su propio mausoleo mezclando elementos de la arquitectura de Gaudí, la cultura egipcia y el arte mudéjar.
De ocho metros de altura, su particular féretro sirve para dejar constancia de la indescriptible personalidad de un hombre que viajó por todo el mundo y participó en proyectos de la envergadura de la presa de Asuán y el Canal de Panamá, en la modernización del cual tuvo un papel destacado.
La tumba de Gallego no es, sin embargo, el único elemento con un innegable valor artístico. Cerca de allí se encuentra el panteón de la familia Cadarso del Pueyo, obra del escultor Daniel García, llegado a Logroño con la única intención de esculpir el ángel de mirada helada que preside dicha construcción.
De destacable mérito escultórico son también las estatuas de Vicente Ochoa, encargadas de decorar las tumbas de las familias Blanco Ramos y Rico Peña, pero si hay una obra que destaca por su elegancia y delicadez, esta es la de Félix Reyes, quien, a través de una melancólica estatua equipada con un pincel y una paleta, consigue que nos fijemos en una inscripción a través de la cual el pintor y poeta Segundo Arce -de cuerpo presente- es capaz de recobrar la voz y recitar unos últimos versos: “Hileras de cipreses / apuntan los caminos a seguir; / hay sol en el ambiente / y anhelos de vivir… / La muerte no ha triunfado; / la vida nace aquí”.
Menos esperanzador es el mensaje que nos dejan los Marqueses del Romeral, cuyo panteón lleva inscrita la siguiente sentencia: “Fui lo que tú eres ahora y serás lo que ahora yo soy”.
Aun así, no hay que dejarse llevar por el desánimo y pese a que nada nos va a salvar del destino común que a todos nos une, es importante aprovechar lo que nos queda en este convento para aprender cosas nuevas, labor no especialmente difícil si, teléfono en mano, recorremos las calles del cementerio buscando detalles sobre las vidas de personajes ilustres como los políticos Vicente Toledo y Amós Salvador, el militar Martín Zurbano, el Doctor Zubía o Salustiano Orive, más conocido como “Don Salustiano”, el orgulloso inventor del Licor del Polo.